Jugábamos
con mi sobrinita a “la escondida” en la plaza.
Se
escondió bajo un árbol al que le colgaban ramas casi hasta el suelo.
Me
fui acercando lentamente hacia su árbol y preguntando en voz alta por ella.
Cuando
ya estaba muy cerca de ella, desesperadamente se tapó los ojos
y
cada tanto me espiaba abriendo los dedos.
Recurrió
a su última arma: la filosofía.
Instintivamente
estuvo a la altura de Locke, Berkeley y Hume.
Si
no lo percibo, no existe
Si
no existe, no me ve.
Diego
Gallotti
11/1/16
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