A
Omar le gustaba mucho leer poemas. Últimamente lo habían atrapado terriblemente
las obras completas de un autor que había encontrado entre los millares de
libros que conformaban la ilustre biblioteca de su difunto padre. Sentía que
había belleza y verdad en esos poemas. Eran reveladores, precisos, encantadores.
Hacía un par de días que leía el libro, y cuando ya iba por la mitad, descubrió
algo extraño. Mientras leía el poema “Oda a la cebolla” que comenzaba así: “Tus
finas capas cristalinas, translúcidas y nacaradas, van envolviendo…”, notó que
la cebolla que estaba sobre la mesa de la cocina empezó a desaparecer. Terminó
el poema y la cebolla se desvaneció totalmente.
¡Pero
esto es imposible!, exclamó. Buscó en el índice del libro otro poema para
corroborar el acto de magia. Encontró uno que se titulaba “Oda a la albahaca” y
lo comenzó a leer: “Con el mínimo roce, la sutil caricia, la imperceptible
brisa, ofreces perfumes penetrantes, verdes…” y vio que la planta de albahaca
que tenía en la maceta comenzaba a desvanecerse. No puede ser…, murmuró.
Desconcertado,
buscó un libro de poemas de otro autor, comenzó a leer “Oda al limón” pero el
limón seguía intacto, inmutable. Se quedó un largo rato reflexionando y pensó
que lo que podía estar pasando es que el autor de este libro deslumbrante y
mágico tenía la capacidad de describir con tal precisión y perfección los
objetos que lograba captar su esencia y debido a eso se hacían invisibles. Con
razón lo habían atrapado tanto estos poemas. Eran verdaderamente perfectos,
sublimes, únicos.
Comenzó
a leer los siguientes poemas con una avidez y vehemencia irrefrenables. No
podía parar de leerlos, eran realmente apasionantes, magnéticos. En un momento
sintió temor por lo que estaba sucediendo o por lo que podría llegar a pasar.
Pero siguió leyendo, no lograba detenerse. Llegó hasta un poema, cuyo título lo
aterrorizó, pero no pudo evitar leerlo. La seducción que irradiaban los poemas
lo atraían poderosamente, endiabladamente. El libro lo subyugaba, lo doblegaba,
lo dominaba.
Unos
días después, el detective comisario entró a la casa, vio el equipo de música
aún prendido, un vaso con whisky hasta la mitad arriba de la mesita ratona del
living y un libro tirado en el piso junto a uno de los sillones. Lo levantó y
miró la última página que habían leido. Tenía una pequeña mancha que parecía
ser de una lágrima. El poema se titulaba “Oda al buen lector”.
Marcador y lápiz sobre papel
23 x 18 cm
2011